Pilatos le preguntó: ¿No hay, pues, verdad sobre esta tierra?
Y Jesús dijo: Mira cómo los que manifiestan la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen poder sobre la tierra.

lunes, 18 de septiembre de 2023

¿El nombre es la esencia?


Foto tomada del diario El Mundo

Leo que el congreso de La India se reúne esta semana para cambiar el nombre del país, que pasará a llamarse oficialmente Bharat.

En general, los científicos consideran que existe una realidad objetiva, que las cosas son lo que son y su esencia es independiente de la forma en que las percibimos. No es así.

Pensamos con palabras. El lenguaje es la herramienta con la que entendemos el mundo. Cambiar el nombre de las cosas cambia la forma en que las conocemos y por tanto cambia su propia naturaleza. Borges lo expresa de forma magistral en su poema “El Golem”:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

El nombre de “La India” nos evoca los maharajás, las películas de los británicos al servicio de su graciosa Majestad, las novelas de Kipling, etc. Y el gobierno de dicho país quiere cambiar esa imagen.

Poner nombre a las cosas es la base para conocerlas. En el Génesis, Dios modeló de arcilla todos los animales y los presentó al hombre, que les puso nombre:

“Man gave name to all the animals” Cantaba Bob Dylan. Es la raíz del conocimiento.

Las leyes de Nuremberg que los nazis hicieron en 1935 contra los judíos se llamaban:
  • Ley de ciudadanía del Reich.
  • Ley para la protección de la sangre y el honor de los alemanes.
No suena mal ¿Verdad?

El presidente del gobierno actual, necesitado de hacer una ley de amnistía para el independentismo, la llamará “ley de normalización de convivencia” o algo por el estilo.

Entonces, cambiar el nombre ¿Cambia la cosa?. Si, sin duda. Y puede que el cambio sea radical, aunque no siempre funciona.

En los últimos años hemos asistido a muchísimos cambios de nombre orientados a conformar la realidad. Le llamamos corrección política y lenguaje inclusivo y a veces nos provoca confusión. En mi barrio pusieron un reformatorio en cuyo frontis rotularon en grandes letras: “Centro educativo”. Pero creo que no ha cuajado.

El lenguaje es difícil de imponer desde el poder, a veces funciona y a veces no. Y en ocasiones, según cambian las conveniencias de quien manda, se entra en un enloquecido cambio de nombres, que a posteriori mueve más bien a risa.

En la foto de arriba, uno de ellos. La Gran Vía de Madrid se construyó en tres tramos diferentes: Avda. del Conde de Peñalver, Avda. de Pi y Margall y Avda. de Eduardo Dato, que duraron hasta la guerra civil.
Al inicio de la guerra, los dos primeros tramos se unificaron como avenida de la CNT (1936), más tarde como avenida de Rusia (1937), y después como avenida de la Unión Soviética. El tramo que antes era Eduardo Dato pasó a ser Avenida de México.

El franquismo unificó todos los tramos con el nombre de avenida de Jose Antonio. El nombre de Gran Vía lo recuperó en 1981, siendo alcalde Tierno Galván. (Wikipedia).

O sea, que desde Adán, el que manda es quien dice cómo se llama cada cosa. Y si le sale bien, las cosas serán lo que el poder quiera que sean.

No hay comentarios:

Publicar un comentario