Pilatos le preguntó: ¿No hay, pues, verdad sobre esta tierra?
Y Jesús dijo: Mira cómo los que manifiestan la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen poder sobre la tierra.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

ODA AL CERDO (Soneto con estrambote)

Me arrebata el jamón y la paleta,
babeo con la oreja o el torrezno,
me encanta el solomillo siempre tierno
y el trozo de tocino en las lentejas.

Manifiesto mi amor por la panceta,
el lomo, las costillas, el secreto.
Al culto del gorrino me someto;
adoro el buen chorizo y la careta.

Mi máximo respeto hacia el vegano
pertrechado de hondas convicciones.
No ve al cerdo comida, sino hermano.

Libre es, de pastar como el rebaño,
sin cuidado me tienen sus razones.
¿Limpieza de conciencia?¿Cuerpo sano?

Disfrute sus acelgas, tofu, nabo...
Pero a mí no me toque los cojones.

 
Imagen tomada de Gastroactitud.com

lunes, 18 de septiembre de 2023

¿El nombre es la esencia?


Foto tomada del diario El Mundo

Leo que el congreso de La India se reúne esta semana para cambiar el nombre del país, que pasará a llamarse oficialmente Bharat.

En general, los científicos consideran que existe una realidad objetiva, que las cosas son lo que son y su esencia es independiente de la forma en que las percibimos. No es así.

Pensamos con palabras. El lenguaje es la herramienta con la que entendemos el mundo. Cambiar el nombre de las cosas cambia la forma en que las conocemos y por tanto cambia su propia naturaleza. Borges lo expresa de forma magistral en su poema “El Golem”:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

El nombre de “La India” nos evoca los maharajás, las películas de los británicos al servicio de su graciosa Majestad, las novelas de Kipling, etc. Y el gobierno de dicho país quiere cambiar esa imagen.

Poner nombre a las cosas es la base para conocerlas. En el Génesis, Dios modeló de arcilla todos los animales y los presentó al hombre, que les puso nombre:

“Man gave name to all the animals” Cantaba Bob Dylan. Es la raíz del conocimiento.

Las leyes de Nuremberg que los nazis hicieron en 1935 contra los judíos se llamaban:
  • Ley de ciudadanía del Reich.
  • Ley para la protección de la sangre y el honor de los alemanes.
No suena mal ¿Verdad?

El presidente del gobierno actual, necesitado de hacer una ley de amnistía para el independentismo, la llamará “ley de normalización de convivencia” o algo por el estilo.

Entonces, cambiar el nombre ¿Cambia la cosa?. Si, sin duda. Y puede que el cambio sea radical, aunque no siempre funciona.

En los últimos años hemos asistido a muchísimos cambios de nombre orientados a conformar la realidad. Le llamamos corrección política y lenguaje inclusivo y a veces nos provoca confusión. En mi barrio pusieron un reformatorio en cuyo frontis rotularon en grandes letras: “Centro educativo”. Pero creo que no ha cuajado.

El lenguaje es difícil de imponer desde el poder, a veces funciona y a veces no. Y en ocasiones, según cambian las conveniencias de quien manda, se entra en un enloquecido cambio de nombres, que a posteriori mueve más bien a risa.

En la foto de arriba, uno de ellos. La Gran Vía de Madrid se construyó en tres tramos diferentes: Avda. del Conde de Peñalver, Avda. de Pi y Margall y Avda. de Eduardo Dato, que duraron hasta la guerra civil.
Al inicio de la guerra, los dos primeros tramos se unificaron como avenida de la CNT (1936), más tarde como avenida de Rusia (1937), y después como avenida de la Unión Soviética. El tramo que antes era Eduardo Dato pasó a ser Avenida de México.

El franquismo unificó todos los tramos con el nombre de avenida de Jose Antonio. El nombre de Gran Vía lo recuperó en 1981, siendo alcalde Tierno Galván. (Wikipedia).

O sea, que desde Adán, el que manda es quien dice cómo se llama cada cosa. Y si le sale bien, las cosas serán lo que el poder quiera que sean.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Tres relatos reales recientes (Más o menos)


Zaragoza, once de la mañana, 32 grados a la sombra.

Un hombre mayor pasea por una avenida sin gente, junto a un club deportivo en el que hay unas pistas de pádel. Una pelota sale disparada a la calle, un adolescente dentro del recinto salta hacia la valla, se medio encarama en ella y grita:

- ¡Abueloooo! ¡La pelota!

El hombre se para, mira al chico y le dice: "...Por favor."

- Ni por favor ni leches.

- Pues entonces vete a tomar por el culo. Sales tu a buscarla.

Y el hombre sigue su camino.

Yo lo vi desde lejos y pensé que a ese chaval le haría mucho bien una mano de hostias.

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En verano, mi madre nos llevaba a la piscina del Parque Palomar. Había allí un tranvía viejo reconvertido en biblioteca infantil, donde me dejaron mi primera novela; "La Isla del Tesoro".

A la sombra, comiendo pan con chocolate, mas que leerla, la viví.

Tantos años después, todavía tengo el recuerdo vivo de mirar por la borda de barlovento y ver alejarse en un bote a Long John Silver, de quien nunca más supimos nada.

Un compañero de trabajo decía que a él no le gustaba leer. Había probado con un libro de los que daba la caja de ahorros, "Papillón" y como no le gustó, pues eso.

Cuando lo contaba todos nos reíamos, pero a mi la verdad me daba bastante pena.

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Sobre un poste metálico, un marco de forja encuadra 4 baldosas de cerámica, que componen en letras azules sobre fondo blanco el pomposo nombre: "Jardines de Atenas". El lugar es sólo una pequeña zona verde entre varios bloques altos de viviendas.

En un rincón, en un par de bancos, se reunían cada mañana un grupo de abuelos. Era entre ellos recurrente el tema de la edad de cada uno. Y varios de ellos respondían a la cuestión con una especie de cuenta atrás:

 - Yo cinco para cien.

 - Yo tres para cien. 

Mi padre y yo, solíamos dar un paseo y acabarlo en aquel mentidero, donde invariablemente la conversación transcurría en tono jocoso. 

Aquella mañana llegó un negro con un cartón bastante grande. Se sentó en un banco frente a la tertulia, sacó un rotulador y empezó a escribir algo así como: "no tengo dinero", "no tengo comida"...

Tiempo faltó a los abuelos para hacer broma del asunto:

 -  "¡Mira ese, cómo se da a la literatura!"

No me pareció razonable. Cuando pararon las risas les dije con un cierto aire molesto:

 - ¡Joder, ustedes se ríen de todo!

El que contaba tres para cien, me sonrió y dijo:

 - Mira, chaval, los que no se reían no han llegado hasta este banco.

Este verano, "tres para cien" ha fallecido. Creo que ya había ascendido a "dos para cien". En todo caso, allí donde ahora esté, la seriedad y la corrección política estarán perdiendo terreno.