Zaragoza, once de la mañana, 32 grados a la sombra.
Un hombre mayor pasea por una avenida sin gente, junto a un club deportivo en el que hay unas pistas de pádel. Una pelota sale disparada a la calle, un adolescente dentro del recinto salta hacia la valla, se medio encarama en ella y grita:
- ¡Abueloooo! ¡La pelota!
El hombre se para, mira al chico y le dice: "...Por favor."
- Ni por favor ni leches.
- Pues entonces vete a tomar por el culo. Sales tu a buscarla.
Y el hombre sigue su camino.
Yo lo vi desde lejos y pensé que a ese chaval le haría mucho bien una mano de hostias.
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En verano, mi madre nos llevaba a la piscina del Parque Palomar. Había allí un tranvía viejo reconvertido en biblioteca infantil, donde me dejaron mi primera novela; "La Isla del Tesoro".
A la sombra, comiendo pan con chocolate, mas que leerla, la viví.
Tantos años después, todavía tengo el recuerdo vivo de mirar por la borda de barlovento y ver alejarse en un bote a Long John Silver, de quien nunca más supimos nada.
Un compañero de trabajo decía que a él no le gustaba leer. Había probado con un libro de los que daba la caja de ahorros, "Papillón" y como no le gustó, pues eso.
Cuando lo contaba todos nos reíamos, pero a mi la verdad me daba bastante pena.
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Sobre un poste metálico, un marco de forja encuadra 4 baldosas de cerámica, que componen en letras azules sobre fondo blanco el pomposo nombre: "Jardines de Atenas". El lugar es sólo una pequeña zona verde entre varios bloques altos de viviendas.
En un rincón, en un par de bancos, se reunían cada mañana un grupo de abuelos. Era entre ellos recurrente el tema de la edad de cada uno. Y varios de ellos respondían a la cuestión con una especie de cuenta atrás:
- Yo cinco para cien.
- Yo tres para cien.
Mi padre y yo, solíamos dar un paseo y acabarlo en aquel mentidero, donde invariablemente la conversación transcurría en tono jocoso.
Aquella mañana llegó un negro con un cartón bastante grande. Se sentó en un banco frente a la tertulia, sacó un rotulador y empezó a escribir algo así como: "no tengo dinero", "no tengo comida"...
Tiempo faltó a los abuelos para hacer broma del asunto:
- "¡Mira ese, cómo se da a la literatura!"
No me pareció razonable. Cuando pararon las risas les dije con un cierto aire molesto:
- ¡Joder, ustedes se ríen de todo!
El que contaba tres para cien, me sonrió y dijo:
- Mira, chaval, los que no se reían no han llegado hasta este banco.
Este verano, "tres para cien" ha fallecido. Creo que ya había ascendido a "dos para cien". En todo caso, allí donde ahora esté, la seriedad y la corrección política estarán perdiendo terreno.