Cada año por Reyes teníamos la misma pelotera. Sus graciosas majestades le habían dejado a la niña cosas útiles, como un diccionario ilustrado o un globo terráqueo. O juegos educativos. O incluso un equipo de música.
La niña abría las cajas, ansiosa, y conforme veía el contenido se iba defraudando.
¡Yo había pedido un conejo!¡UN CONEJOOOO! Bronca, resentimiento, malas caras...
Un año los Magos flaquearon y hubo conejo; de nombre Perico, como el de Beatrix Potter. Con su jaulita, su pienso granulado y su bolsa de heno, para que hiciese bien las digestiones el bicho.
Porque los conejos de compañía, habéis de saber que no comen de todo. Y específicamente, no comen zanahorias.
La alegría fue grande, pero duro poco. La niña iba a la escuela, hacía extraescolares de teatro y de dibujo, tocaba el violín...y el conejo se pasaba la vida en la jaula. No había tiempo para el.
¡Ah, otra cosa! Les llaman conejos enanos, pero es un eufemismo. Perico engordaba y crecía sin medida.
Cuando entró la primavera, le dimos la libertad. "En el monte será mas feliz" le dije a la niña, y parece que coló. Lo llevamos a la Sierra de Collserola y lo soltamos.
El muy jodido ni siquiera se iba. Se quedaba mordiéndome el borde de los zapatos. Hubo que motivarle a disfrutar su nueva vida a empujones con el pie.
Montamos en el coche y salimos pitando. No hubo pena ni lloros. Perico disfrutaba de una vida mejor.
Durante algún tiempo, cuando abría la puerta del piso temía encontrarlo en el rellano de la escalera, como esos perros y gatos que son capaces de regresar desde lejos.
Pero no. Perico no quiso volver o no supo.
Queridos Reyes Magos:
Si los niños piden un conejo, no hagáis caso. De verdad. No es una buena idea.
P.D: No, el de la foto no es Perico, ni siquiera es un conejo. Es una liebre nival que pude fotografiar hace unos años en Laponia.